Pese a que la inversión en investigación y desarrollo de medicamentos es más alta ahora que nunca, es evidente que existe un desequilibrio en los objetivos de dicha investigación. La reciente crisis del ébola es el perfecto ejemplo de este problema. El ébola es una enfermedad muy contagiosa y letal que la investigación ha ignorado durante 40 años. Sin embargo, no fue hasta el último brote de la enfermedad y la expansión de su radio de acción, llegando a Europa y EEUU, cuando se generó una emergencia de salud pública global que puso en jaque a los ya de por sí debilitados sistemas de salud de países como Guinea, Sierra Leona, Liberia y a la comunidad internacional. Esta crisis ha tenido un dramático resultado que supuso la pérdida de más de 11.300 vidas. Si bien la potencial vacuna se descubrió hace tiempo, durante más de una década no se desarrollaron los ensayos clínicos porque no afectaba la enfermedad a los países ricos.
El del ébola no es el único ejemplo, este problema va más allá de las enfermedades tropicales olvidadas en los países en desarrollo y nos afecta a todos. Las bacterias, virus, hongos, o parásitos resistentes se extienden en todas la regiones del mundo haciendo que los antibióticos más comunes -como la penicilina o los de último recurso -como el carbapenem– se vuelvan ineficaces. Mientras tanto, el avance en antibióticos ha sido muy escaso en los últimos 30 años, sufriendo un abandono por parte de la industria. Don Ganem, jefe de enfermedades infecciosas de Novartis afirmó que no es un campo “económicamente atractivo”. Esto ha supuesto, por ejemplo, que la gonorrea multirresistente se haya detectado ya en 36 países. La OMS afirma que “ya son 10 los países que han declarado casos de gonorrea que no responden a las recomendaciones terapéuticas actuales” y los casos de enterobacterias resistentes a carbapenemas se hayan disparado en hospitales de EEUU.
Pero además, durante el proceso de investigación se genera un despilfarro de recursos muy importante debido principalmente a preguntas u objetivos de investigación inadecuados o mal definidos; a métodos de investigación mal diseñados o de no informar publicar ni compartir la investigación y sus resultados con actores relevantes, incluido el público. Se estima que el 85% de la inversión en investigación está desperdiciada. Mientras que parte de este desperdicio podría ser inevitable o accidental, otra parte es sistémica e intencionada, debido a que el rendimiento económico es uno de los factores clave en la toma de decisiones. Ciertos fondos calificados como “inversión en I+D” son utilizados en realidad como herramientas de marketing o de relaciones públicas. Desde ensayos diseñados para expandir mercados o promover nuevos productos, hasta la publicación selectiva de resultados positivos donde los negativos desaparecen.
En definitiva, se ha ido construyendo una sección entera de investigación médica para destinarse a fines comerciales. Un ejemplo son los “seeding trials” conocidos como ensayos clínicos diseñados como una herramienta de promoción e incorporación en el mercado, tras la aprobación de un nuevo medicamento. Existen también publicaciones dirigidas, cuyo objetivo es exponer unos resultados de ensayos clínicos donde se ocultan partes de los resultados ó aquellos que pudieran ser negativos, con el fin de maximizar el impacto comercial.
—————————-
Este texto pertenece al documento Transformando el modelo de innovación biomédica. El actual No es Sano. Si te interesa, puedes consultarlo en este enlace.